El 18 de septiembre vivimos una noche de contrastes y magia. Una noche en la que el piano fue protagonista, para llevarnos en un viaje a través de la fuerza y la fragilidad humana de la mano de Anna Geniushene.
Los dedos de Anna Geniushene danzan con gracia y sin prisa sobre las teclas del piano. Su cuerpo acompaña el movimiento como si de un deporte de alto rendimiento se tratase.
Durante una hora y cuarenta minutos, nos unimos al emotivo golpe, a la sutil caricia, al frágil empuje. Y descubrimos, en ello, la perfecta dicotomía: fuerza dulce -o dulce fuerza-.
La interpretación de Anna Geniushene es pura y honesta. Y, como la más bella música, no guarda en ella pretensiones.